lunes, 30 de marzo de 2009


Creo que hoy he perdido el suelo, o quizá estoy tan próxima a él que aún no hayo la explicación de esta perspectiva tan diferente.



Desde pequeña he escrito. Escribiendo para nadie, escribiendo para mí; dependía de lo que mi estado del alma me impulsara a palmar. La mayoría de esos escritos ya no existen, fueron tirados, borrados, quemados. Pero todos sirvieron de algo: desahogo mental.


A veces me cuestiono de mi estabilidad. Las personas suelen describirme como una persona madura y sensata. Me pregunto si es lo que realmente soy o si la perspectiva de ellos hacia mí está distorsionada. ¿Cómo saberlo?

Aunque nunca me ha interesado en sumo grado lo que piensen las personas, hay que vivir las reglas sociales para llevar una relación armónica con las personas. Lo que a mí me importa es sentirme bien, lo que los demás tengan bien a pensar suele pasar a segundo grado; claro está que depende de quien venga. Cuando la situación - ya sea un problema, disconformidad, emoción, etc. - viene de a gente que quiero, es cuando el mundo se me viene abajo. ¡Los demás qué...! Mi gente es mi fortaleza, mi prioridad.




Hoy mis ideas están revueltas, es como una lluvia de ideas, pero no me importa el orden, esto no va a ningún concurso, sólo quiero sacar mis ideas. No todas pueden estar claras, por que sé que no las saco por completo, en el blog soy parcialmente anónima y hay cosas que prefiero dejar para mí, o para esa técnica de 'escribir y quemar el papelito'

Mis emociones son en este momento una sopa, y ya tengo horas así. Lo único que tengo claro es que la devastación desea tomar lugar en mí. "Eres un ser racional, Mey. Puede contra cualquier emoción, ¡tiene que poder!"

viernes, 27 de marzo de 2009

La canción del corazón


Había una vez un hombre que se casó con la mujer de sus sueños. Con su amor, ambos crearon una niñita, una pequeña radiante y alegre, a quien el gran hombre amaba mucho.

Cuando ella era muy pequeña, él solía levantarla, entonaba una melodía y bailaba con ella por la habitación, diciéndole:

—Te amo, mi niña.

La niñita fue creciendo, y el hombre la abrazaba y le decía:

—Te amo, mi niña.

Ella se enfurruñaba y decía:

—Ya no soy una niña.

Entonces el hombre se reía, diciendo:

—Para mí, tú siempre serás mi niña.

La niña, que ya no era una niña, se fue de casa para descubrir el ancho mundo. A medida que se conocía mejor a sí misma, conocía mejor al hombre. Entendía que él era verdaderamente grande y fuerte, porque ahora reconocía sus virtudes. Una de ellas era la capacidad para expresar su amor a su familia. No importaba dónde estuviera ella en el mundo; él la llamaba para decirle: «Te amo, mi niña».

Llegó un día en que la niña, que ya no era una niña, recibió una llamada telefónica. El gran hombre estaba enfermo. Le dijeron que había tenido un ataque y estaba afásico. Ya no podía hablar y no estaban seguros de que entendiera lo que se le decía. Ya no podía sonreír, ni reír, ni andar, abrazar, bailar ni expresarle su amor a la niña, que ya no era una niña.

Entonces regresó al lado del gran hombre. Cuando entró en la habitación y lo vio, le pareció pequeño y nada fuerte. Él la miró e intentó hablar, pero no pudo.

La niñita hizo lo único que podía hacer. Se tendió en la cama, junto al gran hombre. Las lágrimas brotaban de los ojos de ambos, y ella abrazó sus hombros paralizados.

Con la cabeza apoyada en el pecho del enfermo, ella pensó en muchas cosas. Se acordó de los momentos maravillosos que habían pasado juntos y de cómo siempre se había sentido protegida y amada por el gran hombre. Sentía dolor por la pérdida que habría de soportar, por las palabras de amor que la habían reconfortado.

Y entonces oyó, en el pecho de él, el latido del corazón. El corazón donde habían vivido siempre la música y las palabras. El corazón seguía latiendo tercamente, despreocupado del daño que sufría el resto del cuerpo. Y mientras ella descansaba, se produjo un momento mágico. Ella oyó lo que necesitaba oír.

El corazón iba latiendo las palabras que la boca ya no podía pronunciar...

Te amo,

mi niña.

Te amo,

mi niña.

Te amo,

mi niña...

Y se sintió consolada.

Patty Hansen





Fragmento de "Sopa de Pollo para el Alma"